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La cuestión es escribir: ¿por qué no escribís vos también?

Me amonestaron amablemente por mis razonamientos de vejestorio. “No entendés. Ahora la literatura es así. No es más esa cosa importante, trascendente, sino algo más ligero, como al paso.” Traté de defenderme: “Pero Cucurto ha publi- cado cosas buenas, como algunos poemas de Zelarrayán, o la segunda parte de Cosa de negros. ¿Por qué defiende estas tonterías de cineasta populista y dice cosas como: “Me di cuenta de que la narrativa llamaba más la atención (…) me terminé tirando a una cosa más liviana”? ¿Por qué publica algo tan espantoso como El ejército neonazi del amor, la segunda novelita de El curandero del amor? ¿Piensa explotar a su personaje, como Caloi a la Mulatona, que se agotó al primer chiste pero ya dura treinta años? Me contestaron: “Es así. La cuestión es escribir. Bien o mal. Ya es hora de que te vayas enterando. Y, de paso, ¿por qué no escribís vos también una novela?”. Allí empecé a entender. Tal vez los libros no se publiquen ya para ser leídos sino, por un lado, para justificar la existencia de las casas editoras. Pero, sobre todo, para permitirles a los autores ingresar en la comunidad literaria. Siguiendo el método impuesto por el psicoanálisis, el tiempo y el dinero invertidos en la lectura constituyen el derecho de piso que permitirá, algún día, pasar al otro lado del mostrador. Ese sistema está creando una generación de escritores-estrategas felices, integrados y tremendamente perezosos. Algo lógico: como dice Cucurto, “la calidad es algo que con el tiempo no va a importar”.