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Habría que inventar un nuevo género, un género que aunque no inventado ya existe desde hace rato y que campea a sus anchas en nuestra narrativa: el del novelista como hombre malo, intolerante y creído, que va por la vida sufriendo y sufriendo, un hombre narcisista que pese a lo cual se odia a sí mismo, un hombre que en realidad odia a todos los hombres, sobre todo a las mujeres, pese a lo cual es mujeriego, o quizá por eso mismo, un hombre que está solo, en parte por elección y en parte por insoportable, un hombre que está sólo y que se queja de su soledad, pero también de la compañía de los demás, un hombre que no forma parte de ninguna cosa, que no es contenido por nada, a no ser por su prosa odiosa y arrogante, con la que intenta demostrar por qué el mundo es tan feo, por qué no hay nada que valga la pena, por qué no se puede disfrutar de ninguna cosa, etc.