viernes, 25 de septiembre de 2009

[Peronismo cultural como infantilismo]






La batalla por la mente del lector se da primero en la mente del escritor. El escritor piensa mucho en sí mismo, hasta el calambre, y luego sale por los barrios, a las lecturas, a ensayar distintos personajes a ver si prenden. La apertura democrática, con su promesa de gol, parió por ejemplo una generación de artistas despolitizados, variedades pop, con una sola camiseta puesta que decía tantos libros, tan poco tiempo, porque del país se encargaban los diputados, pero la Argentina electoral, que se fue a la B en diciembre del 2001, parió una nueva oleada, horneada, los chicos de las antologías entre otros, que se politizaron mayoritariamente, inclinándose, eso sí, por una identidad lo suficientemente maleable como para que entrar o salir de ella no comporte nunca un grave error sino una pequeña apuesta equivocada, un juego de niños. Optaron por ser peronistas.


Muchos chicos de las antologías creen que decir cosas de política los hace más grandes, los ciudadaniza más. Y que, por lo tanto, una vez que se habla de política hay que hablar desde algún lugar, ser hincha de un club. Y se hacen de Boca. Concluyen que el peronismo es atractivo y que el socialismo o el comunismo no lo son para nada, y menos que menos el radicalismo. Como si las experiencias de las clases medias no se pudieran escribir. Ser radical, en ese imaginario, es lo opuesto a ser Mick Jagger o a ser un macho, que es lo que es un peronista. En ese sentido, las chicas escritoras no quieren ser ni hacerse las peronistas, porque las chicas no quieren condenarse a las tareas domésticas.
El asunto es que la mayoría de los chicos escritores se criaron en hogares radicales, comunistas, socialistas y que en lugar de explorar lo que mamaron y hacer de la propia experiencia la patria de su literatura, optaron por la ficción de meterse en otras infancias, optaron por la vía rápida de hacerse peronistas. Como Francisco de Narváez.

Como procedimiento, por otra parte, es muy conservador. Es más difícil captarle el matiz a la experiencia del propio sentimiento político, del propio comportamiento político, al propio coraje, a la propia agachada, que someterse a la cantera inagotable de valores disponibles y ya agregados por otros. No está mal. Simplemente es una lástima. La opción por lo instituido en lugar de jugarse por lo instituyente, más propio del arte y más revolucionario.

Y la promesa del peronismo es mejorar la distribución de la riqueza. Una promesa que dejó de cumplir en 1951. Pero no les importa, sólo se afilian a una causa por su parte onírica. Por la zona irreal. Donde el sol mide treinta centímetros de diámetro. Y escriben arriba de un esquema electoral petrificado donde las masas de la periferia saldan la guerra civil larvada en que vivimos diariamente dándole al peronismo, en sus cien variantes, el control de la decadencia larga que sufrimos. Ah, algo insoslayable: ser peronista deja mucho más cerca de los presupuestos públicos y, si se puede pasar por cool en un mismo gesto, estamos hablando de una verdadera conquista social.
El muchacho que siendo escritor se libera de yugos laborales pesados, incómodos, merece un elogio. Digamos eso también. Y hay que registrar que el chico escritor neoperonista, por serlo y por ser todo eso junto, tal vez haya hecho una renuncia previa y difícil a los mandatos familiares. Uno lo ve neoperonista y sufre por su elección, pero quién sabe él ya sufrió por la posibilidad, el temor, a no ser siquiera eso. Es una transición histórica que las personalidades del corredor norte, fans de esta movida, no han podido pensar aún.