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[Gide contra Rousseau: de hypocrite a hypocrite]
Muchas veces González, estando en la cabina del taxi, es confundido con Lito Cruz. En esos casos desilusiona a un taxista "que precisa reconocer signos familiares en el mundo". Leyéndolo, uno tiende a confundirlo con el padre Farinello, sólo que en vez de hablar en susurros y apelar a los diminutivos, habla en susurros y apela a los aforismos de la bondad, a la liviandad ética como motor de una prosa de la aceptación, de la resignación. González podría ser calificado de rousseauniano: el hombre es naturalmente bueno. Aplicado a un gremio, lo que resulta es una narración tediosa, donde el observador no hace más que tolerar, abstenerse, humillarse, confesar, comprender, acceder y, fundamentalmente, no tomar partido. Hay que reconocer que es difícil hacer buena literatura si lo que se pretende, por sobre todas las cosas, es demostrarle al mundo que uno es una buena persona.