Desde hace un tiempo la literatura argentina se ha vuelto auto-reflexiva en el peor de los sentidos. Ni siquiera se trata de meta-literatura, o de que el lenguaje se nombre a sí mismo en la posibilidad de su propio desquicio. No, más bien se trata de hacer literatura de la propia escena de la literatura. Novelas que narran el teatro de la literatura. No está mal. Cada uno hace lo que se le canta el culo. Finalmente lo que el culo canta es parte de la escena. Pero quisiera ver o leer qué pasa cuando el culo se queda afónico. Qué pasa cuando el culo se reduce a mero agujero y no es capaz sino de una Voz muda.

Empezar todo de nuevo, así, como un idiota que cada vez que toma la palabra tiene que aprender a hablar. La idiotez no se decide. Primero se la sufre, después se la aprende como una conquista, y finalmente se la deja ser (esto último siempre es la esperanza de una alegría serena). El idiota es el que hace impropio aquello que le es propio; el que volviéndose extraño a sí mismo no puede sostener el intercambio, la comunicación ni el comercio, no porque no pueda sino porque para poder debe volver a empezar todo de nuevo. Evidentemente, todos los hombres somos idiotas. Y fundamentalmente somos idiotas en la lengua. (…) Es la condición de posibilidad para la enunciación: que el lenguaje nos idiotice.

A mí siempre me interesó un tipo particular de idiota: el quese ha condenado a no poder hacer eso que en verdad está haciendo. Aquel quetoma la palabra para informar que le faltan todas las palabras (Artaud). Aquelque no puede continuar mientras continua (Beckett).