miércoles, 6 de julio de 2011

Sal y Eris


Entonces, yo quería hacer esta revista como la revista Scilicet, que ya conocía, la revista que hacía Lacan. Lacan ahí proponía no firmar, y en el último número de cada año poner los nombres pero sin decir a quién correspondía cada cosa. Eso a mí me parecía una buena estrategia porque éramos pocos, y porque yo veía que en Argentina la costumbre era juzgar los textos por la persona. Por ejemplo, si algo era mío, era psicoanalítico, hablara de lo que hablara. Si yo agarraba un pedazo del diario y lo publicaba, era psicoanalítico. Porque en la Argentina hay más sujeto de la enunciación que enunciados. A mí me parecía fenómeno para ver quién adjudicaba qué a quién, y crear un lío con eso.

Sí, yo creo que pasaba por eso, pasaba por “es un grupo de loquitos”. No éramos tomados como un grupo que tenía una propuesta política, que le íbamos a hacer algo a alguien. Si no, nos hubieran barrido.

Es lo que te decía de la paradoja de la universidad. Por ejemplo, va a pasar algo parecido, quizás, con Internet y con los blogs. Ahí va a pasar algo así, se va a desdibujar todo. Por eso algunos ya se inquietaron. Porque perdés el control. El problema, cuando unos tipos se apropian de la legitimidad del saber, es que dicen “está bien, hacete el loquito, pero no te legitimamos”. Entonces, todo el mundo, y no sólo en Argentina, volvió al siglo XIX. “¿Qué vanguardia ni vanguardia? Hagamos novelas como las novelas de verdad, como las de Balzac o Flaubert”. Entonces el gusto por jugar con la literatura se terminó. Fijate que lo que se impone es escribir bien. Lamborghini surgió de una cosa explícita… Yo digo en el epílogo, que Aira contesta sin decirlo; yo digo: “¿cómo se puede escribir tan mal?”, y pongo “mal” con mayúscula, que podés tomarlo como el mal moral. Pero nosotros nos burlábamos del escribir bien como una cosa escolar. Todos queríamos tener, obviamente, destreza con el lenguaje, pero no queríamos escribir bien en el sentido de “mirá qué frase elegante que hice” o “mirá qué equilibrio frástico increíble”.
La cosa es así: Luis tenía transferencia conmigo y Lamborghini pensaba en publicar sus cosas.
Era todo una locura. Entonces, seguimos con eso, y funcionó un tiempo. Era muy difícil con Lamborghini porque el tipo era muy… era muy intrigante: armaba unos quilombos bárbaros. Pero fundamentalmente la revista no pudo salir más porque vino el golpe de estado. Lamborghini en el ´75, tenía unas posiciones políticas que me parecían nefastas, conocía gente que no me gustaba nada, y entonces yo hice el último número explícitamente para que se viera que no estaba Lamborghini.
Me parece que lo bueno de Literal es que no había una estética común. Por ejemplo, cuando hice Cancha Rayada, Lamborghini  andaba con Sebregondi retrocede. Lamborghini estaba totalmente piantado, y no sabía qué hacer. Yo me lo aguanté un montón de años.  Quintín, ese que escribe en Perfil, dice: “el otro Salieri, Germán García”, como si yo fuera el Salieri de Lamborghini. Es un tonto: yo me lo aguanté siete años a Lamborghini. Era un tipo absolutamente imposible. Yo lo tenía un día en mi casa, sentado, llorando, diciendo que no quería salir de ahí, que estaba aterrorizado, porque si salía, iba a matar a alguien. Era así. Nunca tenía un mango; había que darle guita. Al tipo le gustaba armar quilombo. Vos te hacías amigo de él y lo primero que quería era meterse con tu mujer, cosa que hizo con muchas personas. Mi mujer no podía ser porque lo detestaba. Era así el tipo. Entonces, era bastante insoportable. Pero nosotros nos juntábamos en función de la literatura. No nos metíamos con la vida del otro. Lamborghini no aguantaba este régimen mío. Un día se va con Paula, una psicoanalista lacaniana que había estudiado en París, a la cual yo lo había mandado de paciente, y la otra, neurótica, lo metió en la cama y se quedó viviendo con ella. A la tercera sesión Lamborghini le dijo “Vení, ricurita”, y se quedó a vivir ahí. (Carcajadas). Por ejemplo, viene Lamborghini una noche con Paula, diciendo que no tenía que publicar Cancha rayada, que ese libro no sirve, que no está a la altura de él. Y yo, que siempre hice lo que se me cantaba en ese punto, le digo: “y a vos, ¿qué carajo te importa lo que yo publico? Yo pongo mi nombre, no pongo el tuyo”. Entonces Lamborghini empezó a hacer una guerra, quería con Zelarayán hacer una alianza para quedarse con la revista. Zelarayán le dice: “pero si la revista la inventó Germán, y la hace él”. Yo había inventado el nombre, el formato, la relación con el editor: todo. Al final se calmó. Eso duró hasta el ´75, pero  ya estaba un poco alejado, ya me había cansado de él, porque del ´68 hasta el ´75 fueron 7 años.