Entonces, yo quería hacer esta revista como la revista Scilicet, que ya conocía, la revista que hacía Lacan. Lacan ahí proponía no firmar, y en el último número de cada año poner los nombres pero sin decir a quién correspondía cada cosa. Eso a mí me parecía una buena estrategia porque éramos pocos, y porque yo veía que en Argentina la costumbre era juzgar los textos por la persona. Por ejemplo, si algo era mío, era psicoanalítico, hablara de lo que hablara. Si yo agarraba un pedazo del diario y lo publicaba, era psicoanalítico. Porque en la Argentina hay más sujeto de la enunciación que enunciados. A mí me parecía fenómeno para ver quién adjudicaba qué a quién, y crear un lío con eso.
Sí, yo creo que pasaba por eso, pasaba por “es un grupo de loquitos”. No éramos tomados como un grupo que tenía una propuesta política, que le íbamos a hacer algo a alguien. Si no, nos hubieran barrido.
Es lo que te decía de la paradoja de la universidad. Por ejemplo, va a pasar algo parecido, quizás, con Internet y con los blogs. Ahí va a pasar algo así, se va a desdibujar todo. Por eso algunos ya se inquietaron. Porque perdés el control. El problema, cuando unos tipos se apropian de la legitimidad del saber, es que dicen “está bien, hacete el loquito, pero no te legitimamos”. Entonces, todo el mundo, y no sólo en Argentina, volvió al siglo XIX. “¿Qué vanguardia ni vanguardia? Hagamos novelas como las novelas de verdad, como las de Balzac o Flaubert”. Entonces el gusto por jugar con la literatura se terminó. Fijate que lo que se impone es escribir bien. Lamborghini surgió de una cosa explícita… Yo digo en el epílogo, que Aira contesta sin decirlo; yo digo: “¿cómo se puede escribir tan mal?”, y pongo “mal” con mayúscula, que podés tomarlo como el mal moral. Pero nosotros nos burlábamos del escribir bien como una cosa escolar. Todos queríamos tener, obviamente, destreza con el lenguaje, pero no queríamos escribir bien en el sentido de “mirá qué frase elegante que hice” o “mirá qué equilibrio frástico increíble”.
La cosa es así: Luis tenía transferencia conmigo y Lamborghini pensaba en publicar sus cosas.
Era todo una locura. Entonces, seguimos con eso, y funcionó un tiempo. Era muy difícil con Lamborghini porque el tipo era muy… era muy intrigante: armaba unos quilombos bárbaros. Pero fundamentalmente la revista no pudo salir más porque vino el golpe de estado. Lamborghini en el ´75, tenía unas posiciones políticas que me parecían nefastas, conocía gente que no me gustaba nada, y entonces yo hice el último número explícitamente para que se viera que no estaba Lamborghini.