lunes, 15 de agosto de 2011

[un epígono severo]



Ser digno de la vida inorgánica es también no demorarse demasiado en la satisfacción de los órganos. El nómada es aquel que sabe no beber cuando tiene sed, continuar debajo del sol cuando desearía dormir, acostarse solitario sobre el suelo desértico cuando él sueña con el abrazo y con alfombras. El pensamiento nómada está de acuerdo con la neutralidad de la vida y con la metamorfosis por el ejercicio resistente donde se abandona eso que se es.
(…)
¿Y rehusaríamos decir que el pensamiento, el pensamiento-vida, es un ascesis? Hay en verdad en el pensamiento de Deleuze un terrible dolor, que es la condición anti-dialéctica de la alegría, que es adelgazamiento de sí para que el ser decline por su boca y sus manos su único clamor.
El nombre del ser es la vida solo para aquel que no toma la vida por un don o un tesoro, o por una supervivencia, sino por un pensamiento que vuelve allí donde toda categoría entra en desfallecimiento. Toda vida está desnuda. Toda vida es descarnadura, renuncia a tomar los hábitos, a los códigos y a los órganos; no es que uno se dirija hacia el agujero negro nihilista. Pero al contrario para mantenerse en el punto donde se intercambian actualización y virtualización; para ser un creador, es decir eso que Deleuze llama un «autómata purificado», una superficie cada vez más porosa a la modalización impersonal del ser. (…)
Se puede decir también: Deleuze monta un equipo fenomenológico inmenso, virtuoso, ramificado, para poder escribir la ecuación ontológica: ser = acontecimiento. Pero en el punto más ínfimo de eso que este aparato captura, se reencuentra, precisamente, que eso que del ser es su ser no es nunca acontecimiento, de modo que el ser permanece equívoco. Por eso, instruyéndome junto a este genio, pensé tener que decir que el múltiple puro, forma genérica del ser, no acoge jamás en sí mismo al acontecimiento como su componente virtual; pero que al contrario el acontecimiento le adviene por una suplementación rara e incalculable. Hubo que para esto sacrificar el Todo, sacrificar la Vida, sacrificar el gran animal cósmico del cual Deleuze encanta la superficie. La topología general del pensamiento ya no es entonces, como él lo declaraba «carnal o vital». Ella es tomada en las redes cruzadas de la matemática severa, como decía Lautréamont, y del poema estelar, como habría dicho Mallarmé.