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José Luis Pardo escribía en la presentación de su libro La regla del juego, premio nacional de Ensayo en 2005, que todos los libros de filosofía comenzaban al día siguiente de la muerte de Sócrates y acababan cuando Aristóteles agonizaba (el resto son poco más que comentarios técnicos pero no, se supone, libros en los que refulja la verdadera “filosofía”). Wittgenstein, un gran burgués con veleidades geniales desde muy joven, que cuidaba obsesivamente su aspecto desgarbado, explica Collins , escribió poco y cuando lo hizo utilizó un estilo “perentoriamente asertivo, típicamente carente de argumentos de apoyo, pero con un aire aforístico y un brillo literario que hacen de sus manuscritos el equivalente literario de la poesía”. Ello no evitó que Wittgenstein fascinase a sus contemporáneos, que se le dedicaran poesías y que pasase buena parte de su vida compitiendo en extravagancias con su círculo germinal de Bloomsbury, siendo incapaz de discutir con quien no se mostrase servil y variando su posición filosófica según las coyunturas.