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En algún momento -después de su décima o décima quinta novela, ponele- debe de haberse dado cuenta de cómo venía la cosa, que sus aduladores eran acaso peores que los que hablan pestes de él, así que en vez de explicarles nada, les empezó a tomar el pelo. Fíjense. Cualquier novelita o cuento largo de Aira tiene como tema central el esnobismo. No importa si aparentemente nos está hablando de religión, o de los descubrimientos de la niñez o de los de la juventud, si nos está hablando de turismo o de cómo vivían los indios, no importa si nos está hablando de la magia o del azar, del mundo de la moda o de los gimnasios y del cuidado corporal, del mundo de la literatura o del mundo del cine (Festival), lo que siempre hace Aira es una desmitificación. O sea, pone al esnob en bolas. O lo que es lo mismo, señala que el rey (el gusto por la vanguardia y lo refinado que impera en ciertos círculos de prestigio) suele pasearse desnudo. Le dice a su lector: No es así flaco, estás errado, a vos te gustan mis libros por lo que no son, tomatelás, andá y escribite un ensayo sobre Lamborghini. Pero lo hace riéndose de lo que siempre entendimos (o creímos que era cierto) acerca de la religión, la niñez, los jóvenes, el turismo, los indios, la literatura, el cuerpo, el cine o el etcétera sobre el que traten sus libritos.