
Me parece sumamente gracioso que Quintín haya sufrido la persecución del Comité Central Fogwill. Es más, me parece perversamente gracioso Fogwill, a quien conozco y no temo en lo más mínimo. Fogwill, es a la literatura argentina como Charly García al pseudo rock vernáculo: un efectista de restaurant. Tal vez sea exagerado, pero Fogwill (al igual que Aira) son algo así como un Lamborghini socializado: uno sería el acto patoteril al que teme Quintín, y el otro la sabiduría de un lector avezado en acto (que Lamborghini lo era, y mucho), uno te rompe el culo mientras el otro te acaricia la nuca. Y viene a mí un nombre, Gombrowicz: quienes lo rodearon nunca pasaron del patio del taller literario.