miércoles, 9 de septiembre de 2009





Recordemos una sentencia de Spinoza: Los políticos son seres impotentes que utilizan la tristeza de la gente para gobernar. Claro que hay políticos y políticos ¿no? A esta altura de mis cuarenta y tres años descubrí que sólo la vocación de servicio nos salva de vivir como un organismo natural, sólo desesperado por subsistir sea como sea. La vocación de servicio es la irrupción en el mundo salvaje (la civilización es simplemente un camino señalizado en un safari) de un momento contradictorio y antinatural. Porque digan lo que digan los fundamentalistas de la naturaleza, el patrón que rige a esta madre tan poderosa puede ser emparentada con la derecha más atroz: el tullido, el que no se alinea, el que no muta es obligado a abandonar el planeta. En el hombre —creo que escribió Friedrich Schelling— la naturaleza se observa a sí misma. ¿Y qué ve? Una voluntad ciega por permanecer. El problema es que —como seres humanos— estamos escindidos por el orden simbólico, porque desde que decidimos esconder la mierda y ponernos perfume, hemos entrado en la cultura familiar social popular y elitista. Acá que cada uno tache lo que no le corresponda. En realidad, todos parecen simulacros para ocultar una única verdad que hiela la sangre y produjo a la religión, los comics de superhéroes y la fábula de Jesús: que estamos abandonados en un universo físico e implacable. Y que los que tienen más posiblidades de sobrevivir en él son los que se mimetizan con la crueldad de la naturaleza, los que saben que para triunfar siempre tiene que sangrar algún culo, que es imposible vivir, permanecer, mutar, sin que mueran millones. Creo que esta crueldad es, a veces, de una belleza apabullante. Pero esa misma belleza es la que nos muestra que venimos a este mundo —en principio— para sufrir.

No se trata acá de escribir para representar un poder, para sentar una postura cool, cínica o dinamitera. No. Es más bien un lamento, la transmisión de un poderoso dolor que se instala en una incertidumbre total. Durante el año pasado, llegué a jugar varios partidos de fútbol cinco con un joven economista. Como un idiota, cuando terminábamos de jugar, yo le pedía que me diera clases de esa ciencia maldita. Como un idiota, suponía que detrás de la economía había una metafísica. Nada más errado. La economía es como la religión, está basada en papeles vacíos, en nada, pero produce sangre. Es pura inmanencia.