domingo, 17 de enero de 2010

[la derecha, que siempre te corre por izquierda...]







Tabarovsky presupone implícitamente, que para escribir hay que conocer el canon, saber orientarse en materia de política literaria, lo que lo coloca peligrosamente cerca de sus predecesores: por este camino, la literatura no dejaría de ser una operación, solo que más radical. Como lo muestra la reciente historia del arte, la revolución estética y el marketing no están divorciados. La idea del escritor sin público que el libro insinúa va mucho más lejos que la defensa de la libertad artística frente a las presiones editoriales o académicas. Sugiere más bien un escritor que necesita ser aprobado por los escritores y no por los lectores, y menos por su obra que por sus intenciones iconoclastas. No es un escritor que imagina a su lector —criatura virtual y sin poder adquisitivo— sino a un conjunto de semejantes haciendo lo mismo que él, volcados al acto de escribir, persiguiendo ese deseo loco de novedad. La comunidad imaginaria imaginada por Tabarovsky se parece demasiado a una banda de adolescentes entregados furiosamente a la masturbación al unísono.







Aun sin más conocimiento que el que proviene de los suplementos literarios y los medios masivos, está claro que la Argentina está llena de viudas de Puig y Lamborghini, de gente que repite que para escribir hay que librarse de Borges y que a pesar de algún retroceso y de las bajas ventas, hay casi una ebullición en la literatura argentina. Por otra parte, ya nadie que pueda aportar prestigio se acuerda de Soriano mientras que los escritores veteranos que rescata Tabarovsky están absolutamente consagrados. Lo que llama la atención, para alguien que llama a destruir cada canon existente, es su fruición para defender la legitimidad del formado por “Puig-Lamborghini-Néstor Sánchez-Libertella-Fogwill-Aira-Guebel”. La cruzada que el libro emprende recuerda lo que Ciorán alguna vez describió como la gran astucia de los cristianos, que se seguían presentando como víctimas cuando ya los emperadores abrazaban su credo, viveza que repitieron los comunistas cuando tenían bajo control no solo la Unión Soviética sino a buena parte de la conciencia de Occidente. Daría la impresión de que Tabarovsky la emprende contra los que están en camino de ser borrados del mapa y que nunca tuvieron demasiada entidad, bajo la excusa de que el mercado los apaña. Mucho más osado, tal vez más liberador que atacar a Giardinelli y a De Santis sería publicar un libro cuyos capítulos fueran Puig me tiene podrido, Lamborghini: rajá turrito, Libertella no se entiende nada, Fogwill, te espero en la esquina y así siguiendo.

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