Por eso pienso en Primm Ramírez como el verdadero artista, aquel que puede desaparecer detrás de su material y es capaz de sacrificar sus dones, la creencia en sus capacidades, por una causa a la vez propia y ajena como la familia, arrostrando incluso el desprecio de sus hijos. ¿Qué saben ellos lo que uno es capaz de hacer por amor?
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Si alguno de esos dos hubiese inventado los ragas, la primera pregunta que nos haríamos es la siguiente: ¿a quién asiste el derecho? ¿Al que inventó algo o al que lo llevó a su culminación? ¿Quién es el verdadero artista? ¿Quién es un artista verdadero?
Al acostarse con el Negro, Mara parecía haber tomado partido en el asunto: en el amor y las artes, no existe derecho de posesión sino de uso.
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- Digo que, de haberlo querido, al menos me hubiera correspondido el derecho de intentarlo – dice Barragán -. Ahora bien, ¿quién llega más lejos? ¿Quién es aquel que con la soberbia exhibición de los logros de su propio arte condena a la insignificancia al resto de sus contemporáneos? Yo puedo decir que me abstuve de llevar más lejos y perfeccionar aquello que, en potencia, vi que podía encontrarse en las obras de Salvador. Esa renuncia, ¿me aniquila o me enaltece como artista? “Más lejos”, “más cerca”, esas definiciones son patéticas. Inexactas. Deportivas. Infantilismo puro. Ahora, con la serenidad que me dan los años, no me cuesta reconocer que ni siquiera llego a decidirme acerca de quién tocaba mejor: el Negro Ramírez o Karlib.
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