La ignorancia, la impunidad, la pereza: ¿quién podía darse cuenta, quién podía darse por aludido? ¿Quién se tomaría el trabajo? Del jurado, nadie. Estaban al tanto de lo que se leía sin el trabajo de leer (y menos memorizar) un solo poema o verso. Que las palabras de la vida cotidiana coincidieran con las de un poema no les hacía gracia ni les causaba impresión. El abismo que nos separaba no era el de la consagración pasiva y el activo anonimato, era el de la lectura como ejercicio y el olvido (la molestia, el fastidio) de todo lo que no fuera propio. Y propio eran premios, homenajes, reseñas –como incentivo para no leer. No leerían el libro, me leerían a mí, mi seudónimo: Atrius Umber. Y vaya si había acumulado méritos mi oscuridad para que me premiaran (…)
En este sentido, Acentos, el libro de Répide Stupía, era apenas un pretexto, pero el mejor. Irreprochable formalmente, tenía la virtud de haber pasado inadvertido gracias a la misantropía de su autor. Gracias a la misantropía de su autor y a su voluntario anacronismo, la moda lo volvía admisible, verosímil. Y si él resultaba verosímil, yo, que no lo soy, empezaba a ser alguien gracias
“Temprano”
p. 38
Ágrafa, que cumplió cuarenta años de edad. Esa longevidad, escoltada por el solipsismo, la convierte, según declaraciones de Oliverio Lester, en la revista más “rara y tarada” de América del Sur. Una y otra se corresponden. La longevidad es o parece ser consecuencia de su estricto sentido discrecional, endocrinológico en su no intervención. Como pocas, Ágrafa prescindió del mundo exterior, o, como dice Lester en la entrevista: “apenas lo presintió”. Ensimismada, cabizbaja, vuelta sobre sí, no contempla la literatura publicada fuera de sus páginas. Esa introspección, esa interioridad produce los indoor games que Rómulo Stupía y Répide Sabatini no tardan en reprocharle, reproducen la conducta de los personajes en los cuentos, la ausencia asfixiante de cronología. Las salidas –en “Temprano”, en “La copia…”, en el “Diario de Xoch.”, en “Por un presente” –lo son gracias al recurso ilimitado de la seudonimia como garante absoluto de la identidad, de la enumeración, del dropping names como sustituto perfecto de biografía, de relato, “novela familiar”.
p. 78
“Me gustaría convertir esta revista, que es un infierno de columnas sin identidad ni estilo en el paraíso de las calumnias personales” (propósito que cumplieron otros colaboradores, deuteragonistas)
p. 81