martes, 29 de abril de 2014

Como se sabe, todo filósofo es un comediante, sea cuál sea su hostilidad hacia la interpretación y el semblante. Dado que, desde nuestros grandes ancestros griegos, nosotros hablamos en público. Por tanto, hay parte de exposición de uno mismo en la filosofía, que hace que la dimensión oral de la filosofía -y este es un punto de controversia que yo tenía con Jacques Derrida, que luchaba contra la oralidad en nombre de lo escrito, aunque él mismo hacía magníficas demostraciones de comediante- sea una aprehensión mediante el cuerpo, una operación de transferencia. Al filósofo se le ha reprochado mucho el ser un ilusionista, que capta a la gente por medios artificiales y la lleva hacia verdades improbables por los caminos de la seducción.
(...)

Nosotros, filósofos, no tenemos ningún medio, si se nos retira el de la seducción estaremos verdaderamente desarmados, Por tanto, ¡a ser comediantes! ¡Eso es! Seducir en nombre de algo que, finalmente, es una verdad.

("Elogio del Amor")