Como se sabe, todo filósofo es un comediante, sea cuál sea
su hostilidad hacia la interpretación y el semblante. Dado que, desde nuestros
grandes ancestros griegos, nosotros hablamos en público. Por tanto, hay parte
de exposición de uno mismo en la filosofía, que hace que la dimensión oral de
la filosofía -y este es un punto de controversia que yo tenía con Jacques Derrida,
que luchaba contra la oralidad en nombre de lo escrito, aunque él mismo hacía
magníficas demostraciones de comediante- sea una aprehensión mediante el
cuerpo, una operación de transferencia. Al filósofo se le ha reprochado mucho
el ser un ilusionista, que capta a la gente por medios artificiales y la lleva
hacia verdades improbables por los caminos de la seducción.
(...)
Nosotros, filósofos, no tenemos ningún medio, si se nos
retira el de la seducción estaremos verdaderamente desarmados, Por tanto, ¡a
ser comediantes! ¡Eso es! Seducir en nombre de algo que, finalmente, es una
verdad.
("Elogio del Amor")