viernes, 15 de junio de 2012

[más papista que el cínico]

En el pensamiento contemporáneo, es difícil encontrar vinculaciones entre política y verdad. Una excepción es quizás el actual Papa, Ratzinger, que ataca a los mismos enemigos que usted identifica en su libro: el cinismo, el escepticismo y el relativismo. ¿Existe una relación?-No tiene nada que ver. Creo que el gran fenómeno que se produce en el siglo XX, en la modernidad, es que Dios ha muerto. Es un cadáver que continúa en el Papa. Dios murió e inmediatamente se abrieron las grandes batallas de pensamiento, muy confusas, que conmovieron al siglo XX y continúan hoy. ¿Qué podemos hacer, cuál es nuestro porvenir? Dostoievski dijo que si Dios ha muerto, todo está permitido. Según el pensamiento dominante, el relativismo, el cinismo, el escepticismo, es eso. Los pretendidos cristianos o los pretendidos musulmanes no lo saben. Piensan que todo está permitido, pero ya no saben por qué lo piensan. Esa es una primera reacción posible. La segunda es que debemos reconstruir un pensamiento verdaderamente terrestre y secular. En el arte y las políticas emancipatorias se pueden encontrar experiencias que merecen ser calificadas de verdaderas, por oposición a las opiniones intercambiables del cinismo o del relativismo. En el espacio de la religión están quienes se aferran al cadáver, para tratar de mantener el fetiche de la verdad absoluta. Y aquellos que, puesto que ya no hay trascendencia, dicen “hago lo que quiero y sólo importan los intereses que dirigen mi vida, mis apetitos, mis deseos”. Pequeñas ambiciones personales. Y luego aquellos otros, entre los que me cuento, que asumen absolutamente que Dios ha muerto, pero piensan que no es necesario que la humanidad quede desprovista de una orientación. La humanidad tiene el don de darse una orientación creadora verdadera, en la cual encontrará algo superior a la sociedad mercantil. Esta orientación es la que conviene buscar y sacar a la luz. Desde ese punto de vista, diré que sólo el capital se cree por encima del cinismo, del relativismo. En realidad, esta es la consecuencia de la muerte de Dios, y forma parte de la sociedad contemporánea. Y yo formo parte de ella, pero en otro sentido: soy completamente laico, defiendo el derecho de la humanidad a considerarse capaz de crear y de acceder a la auténtica verdad, y de proponer un sentido no religioso.-Usted hace una original defensa de la metafísica en un contexto teórico posmetafísico. ¿Pero no hay en ella una esperanza casi religiosa en el renacimiento de algo aparentemente muerto como el legado comunista? -No veo nada de religioso en mi posición. Quizá no nos entendemos. Religioso quiere decir que una experiencia humana sólo tiene sentido si está supeditada a una trascendencia. Es una definición posible. Si uno no tiene la idea de que su vida está supeditada a algo que la supera, no es religioso. Los que están en el relativismo y en el escepticismo están mucho más en la religión que yo, porque la negatividad que eso conlleva es lo que dice Dostoievski. Piensan así: si Dios ha muerto, todo vale. Están convencidos de que si no se cree en Dios, todo pierde sentido. Pondría incluso del mismo lado al Papa y al relativismo moderno. La contradicción entre ellos es la que define la época. Por el contrario, el procedimiento de reconstrucción de lo que llamo las verdades inmanentes, no necesita recurrir a una trascendencia. Se abre ahora, es la nueva posibilidad real: el futuro en que la humanidad arbitrará la situación de que Dios haya muerto. Una posibilidad positiva. Hay gente que vive la muerte de Dios de modo nihilista, cínico, relativista. Una obsesión por la finitud, como animales que buscan satisfacer sus necesidades elementales. Son religiosos negativos, la contracara de los religiosos. Si queremos crear algo diferente de la religión, debemos hacerlo en una actitud que reconstruya la posibilidad de un sentido de la existencia. Por eso creo que soy yo el verdadero ateo.