Hay dos momentos en la historia de esta ruptura con la izquierda
oficial: el último, muy conocido, Mayo del ’68 y sus continuidades; el
otro, menos conocido, más secreto y por eso mismo más activo aún. En
1960 hay una huelga general en Bélgica. No voy a entrar en detalles. Fui
enviado a esa huelga como periodista: he sido con frecuencia
periodista, creo que escribí centenares de artículos. Conocí a los
obreros mineros en huelga, que reorganizaron toda la vida social del
país, que construyeron como una especie de nueva legitimidad y que
incluso acuñaron una nueva moneda. Asistí a sus asambleas, hablé con
ellos. Y me convencí a partir de ese momento y hasta el día de hoy que
la filosofía está de ese lado. “De ese lado” no es una determinación
social. Eso quiere decir: del lado de lo que está ahí hablado o
enunciado.
La máxima abstracta de la filosofía es necesariamente la igualdad
absoluta. Todo lo que se resigna, en nombre de la realidad, a la
tendencia inversa permanece para mí extranjero a toda verdad. Diría,
incluso, que uno de mis propósitos ha sido transformar la noción de
verdad de manera que ella obedezca a ese mandato. Las cosas marchan
también en ese sentido: transformar la noción de verdad de manera que
ella obedezca a la máxima igualitaria. Es por eso que le di tres
atributos a la verdad:
1. Ella depende de un surgimiento, pero no de una estructura. Toda verdad es nueva: ésta será la doctrina del acontecimiento.
2. Toda verdad es universal, en un sentido radical;
el para-todos igualitario anónimo, el para-todos puro, la constituye en
su ser: ésta será su genericidad.
3. Una verdad constituye su sujeto, y no a la inversa: ésta será su dimensión militante.
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