domingo, 3 de marzo de 2013


César Aira es un autor de un montón de novelas o, más bien, casi todas ellas, novelitas -entre 80 y 130 páginas- y te puede gustar más o menos o nada, pero no se puede discutir que tiene un método, una poética de la narración, un sello personal. Eso no significa que sin el andamiaje teórico que las hace posibles sus narraciones se tengan en pie -aunque a veces no se tienen en pie-, pero sí significa que la evidencia de ese andamiaje se ha ido haciendo cada vez más visible, hasta volver a Aira un autor previsible cuya característica más importante es la imprevisibilidad. ¿Se me entiende? Alguien, en la solapa de su último libro,Relatos reunidos (Mondadori) dice: "leer a Aira es esperarse cualquier cosa". Eso es lo bueno, pero también lo malo, de Aira. Allá donde esperamos que pase cualquier cosa, en realidad nos da un poco igual lo que pase, y ese rasgo que podía ser excitante en las primeras novelas de Aira, poco a poco fue volviéndose monótono, como el túnel de las sorpresas. La primera vez que entras te esperas, en efecto, cualquier cosa; la octava vez ya no esperas que ninguna sorpresa te sorprenda. Es más, vas a no sorprenderte, por sorpresas que te tengan reservardas. Así, supongo, lleva Aira en su pecado su penitencia.